sábado, 23 de marzo de 2013

Las letras no me cansan, pero me siento vacía.

Eran días bellos y tranquilos. A través de la ventana el cielo adquiría un azul pálido y bebé y todo lo demás desaparecía y era tragado por su belleza cristalina. El viento, las ramas, los susurros, el invierno y las lluvias se desvanecían poco a poco y una inquietante paz lo envolvía todo. Eran tiempos rotos y blancos, llenos de esa bella tristeza que te hace sonreír y que te ata a las sábanas y a los versos. Eran tiempos templados y planos, carentes de emociones y aventura.

Él no estaba allí. De hecho no había un él al que otorgar ese nombre. En mi imaginación, por supuesto, sí que existía y permanecía callado y sonriente, lleno de ternura y cariño que regalarme. Sus ojos eran como el musgo y sus labios, rosados y carnosos. Él no se desvanecía como el viento, las ramas, los susurros, las lluvias o Febrero; él guardaba su puesto en mi cabeza entre los recuerdos que debería olvidar y los nombres de los autores trágicos más representativos. 

"Tu mirada me hace temblar. No puedo parar de temblar cuando te recuerdo y es que continuamente estás aquí, tan cerca de mí. Siento tus caricias, el roce de tus labios, el calor de tu voz y las miradas que viajan más allá. De mil maneras me gustaría decirte todo esto, si pudiera. De mil maneras diferentes me gustaría contarte todo lo que se me pasa por la mente y no puedo escribir. Las letras no me cansan, créeme, pero (sin ti) me siento tan vacía."

Eran tiempos bellos que jamás deberían ser olvidados. 



domingo, 10 de marzo de 2013

Farewell. (Always)

"Do not pity the dead, Harry. Pity the living and, above all, those who live without love."
J.K Rowling. (Albus Dumbledore.)



Hace frío y te recuerdo. Te recuerdo triste, gris y callado. Recuerdo tu cuerpo, el cual no pudo aguantar más y decidió dormirse. Decidió dormirse para siempre. Sí, te recuerdo así, como una marioneta vieja y descolorida a la que el tiempo la dejó sin fuerzas y marchita. Te recuerdo viejo, aburrido. Te recuerdo de mil maneras y de mil colores. Recuerdo tu sonrisa, el movimiento de tus brazos cuando te explicabas, el color de tu largo pelo, el azul de tu mirada, el frufrú de tus ropas al caminar, el arrastrar de tus zapatillas contra el suelo, tu carraspear, la luz que te iluminaba, el amor con el que nos acariciabas al hablar.

Hace frío, no te olvido. No olvido el invierno en tus pestañas, el rojo de tu nariz y tus largas uñas. No olvido tus arrugas, el hoyuelo en tu mejilla, la mueca que hacías al sonreír. No lo olvido, no olvido tus sabias palabras y tu barba rizada y canosa. No, no olvido nada de todo lo que nos ofreciste. Nada de todo lo que, sin quererlo, nos has arrebatado.

Viaja y vuela. Prométenos que ahora por fin serás libre. Alcanza las nubes y conviértete en luz brillante y hermosa. Alcanza la luna y pídele de mi parte que alumbre con más intensidad estas noches, que sustituya, si es capaz, la luz que tú nos ofrecías. Y alcanza el infinito en este viaje, recorre las estrellas rápido para que, con el tiempo, puedas convertirte en una de ellas.

Susúrranos desde el cielo cada día, ámanos desde allí. Ojalá tu viaje no acabe nunca, ojalá seas tan feliz que las lágrimas se derritan en tus iris, ojalá... Ojalá consigas todo aquello que aquí te fue prohibido.
Por favor, no dejes jamás de brillar. 
No dejes jamás de amar.




viernes, 1 de marzo de 2013

Sonrisas causadas por el brillo de tu oscuridad.


El cielo era un inmenso vacío aquella tarde. Las grises nubes y el viento frío y tranquilo me susurraban a los oídos con voz cristalina: "Todo saldrá bien, no tengas tanto miedo." 
Pero la playa estaba tan llena de vacío y sin sentido que llegaba a doler. Las olas rompían contra la orilla con fuerza y las gaviotas planeaban con elegancia y tristeza por encima del mar, desahuciadas de algún lugar más bello y hermoso que éste, desahuciadas de los cielos azules y claros prometidos por la felicidad.

Y tú, tú con todas tus letras y significados; 
tú, con todos los sentimientos que ello conlleva; 
tú, caminante de sueños rotos;
tú, hermano de Soledad y padre de Tristeza;
tú, llenándolo todo de rosas y versos;
tú, sólo tú.

Y tú ahí estabas con el corazón tan abierto que el mundo entero podría caberte en él. Estabas ahí, con los brazos extendidos y una sonrisa dibujada en la mirada. Estabas y nada más, eso era suficiente.
Y la distancia entre tú y yo se fue acortando cada vez más, por arte de magia, como si el mar nos empujara y nos hiciera estar cada vez más juntos. 
Podía sentir tu respiración en mi cara, tu pecho rozaba el mío y la punta de tu nariz tocaba levemente la mía. Susurraste algo, no sé el qué, pero era bonito. Y, entonces, tus labios rozaron los míos con una suavidad y una ternura que hicieron que todo mi cuerpo se derritiera a fuego lento. El tiempo se detuvo una eternidad tan corta como la duración de ese primer beso al que le siguió otro más. Tus manos se apoyaron en mi cintura y tus labios viajaron de mi boca a mi cuello con tal sutileza y delicadeza como si de plumas se tratasen. 

No existía nada más en el mundo, 
nada más que ese beso y tus ojos color musgo cerrados en la más profunda oscuridad. 
Nada más que los susurros incesantes de las nubes, el viento y el mar.

No podía sentir nada más que un temblor de emoción recorriendo cada poro de mi piel, 
nada más que tu sonrisa bajo mis labios, 
nada más que tus dulces caricias y palabras.

Te quiero tanto.