martes, 31 de enero de 2012

Magic Time.

Déjame volver y con mi vuelta traeré a mi corazón, derretido por el suave beso del verano.
Déjame volver, conmigo llevaré una canción, de esas tan bonitas que te gustaban escuchar cuando nadie te veía.
Déjame volver por tan sólo un instante para saborear de nuevo la azucarada y deliciosa miel de tus labios.
Con mi vuelta prometo traer esperanza y valentía, tanta como me faltó. Prometo inundar tus días de sonrisas, de caídas y de chocolatinas.
Con mi vuelta me enfundaré en un delicado vestido, aquel que siempre detesté y que tú hiciste especial.
Bailaré a la noche, en un desesperado intento de huida hacia ti. En un acto de cobarde valentía.
Giraré con la luz destellando en mí, sonreiré cuando me acerque a ti.
Sonreiré cuando te tenga tan cerca que mi nariz pueda besar la tuya. Tímida, temerosa, suave.
No creo que la brisa de esta ciudad costera traiga de nuevo otra oportunidad, traiga de nuevo otra razón por la que seguir caminando.
No creo que tenga sentido aferrarme a tu recuerdo y bailar con él cada noche, como quien abraza a su almohada y llora.
Ni siquiera creo que la arena que guardas en tu bolsillo vaya a caer algún día, ni que tu negra guitarra sepa gritar de nuevo.
Ni siquiera creo que vuelva, ni que baile, ni que existas, ni que te quiera, ni que te necesite...
Eso sí, tu sonrisa es magia. Pura magia.


¡Adiós Enero! Gracias por marcharte, no te echaré de menos.

domingo, 29 de enero de 2012

Try to see her.

No temía a ningún monstruo, ni siquiera a esos de dos ojos tan parecidos a  ella.
Esos son los peores, los que tiene dos brazos, dos piernas y la capacidad de hablar y pensar.
Tampoco tenía miedo a los fantasmas, de hecho, todos los domingos les invitaba a tomar el té en su cama deshecha desde el viernes pasado.
Sus conversaciones eran muy interesantes. Tú podrás pensar que eran monólogos y eso es debido a tu falta de imaginación.
Ella hablaba con los fantasmas como si hablara con cualquier ser humano, les hinchaba a pastas caseras y luego conversaba de cualquier tema excepto de economía. No entendía de economía.
Yo tuve la suerte de escuchar alguna de sus conversaciones, son realmente bonitas. Una pena que tu mente estuviera tan cerrada ese domingo.
Los sábados, si quieres mi opinión, eran más bonitos aún.
La niña de pelo rubio y ojos negros se sentaba en el suelo de su habitación y con la ventana abierta recitaba poemas propios e improvisados. Tendrías que haberla visto con su camisón blanco y rosa y una trenza que le llegaba a la cintura. Tendrías que haber oído su vocecita aguda y cansada. El olor de la noche que se colaba por su ventana hacía de la escena algo más que mágico. Algo más que bello.
Los viernes, en cambio, el color gris se adueñaba del día y así el resto de la semana.
El color oscuro de sus ojitos aguados se convertía en gris y su boca del color de las moras rojas se convertía en un rosa pálido.
Ojalá la hubieras visto en vez de mirar hacia otro lado. Ojalá hubieras prestado un poco de atención aquella noche de Marzo cuando la primavera luchaba contra el invierno.
¡Si hubieras visto las fiestas que montaban ella y sus fantasmas al caer la noche de domingo! Se movían lentamente al son de una melodía suave y bella y sonreían al aire que se colaba por sus ropas de noche.
Las tazas de té estaban ya rotas y trozos de pastas y granos de azúcar adornaban el suelo.
Así era cada domingo a la espera de otro lunes gris.
¡Si hubieras visto la boca roja de la dulce niña cada noche de sábado! Aquellas palabras bellas se derretían en su boca y caían al suelo donde rompían añicos como sus lágrimas cálidas.
Deberías de haberla visto, te lo digo de corazón. Nunca verás algo tan dulce, triste y extraterrestre como aquella preciosa niña de rubia cabellera y ojos color cuervo.



Hoy es domingo y estoy segura de que si miras un poco más allá de lo habitual verás a la niña de hermoso cabello rubio compartiendo pastas y sonriendo con sus fantasmas. 
Inténtalo.

viernes, 27 de enero de 2012

It's still January.

Falta tiempo, siempre falta tiempo. Faltan razones y muchas sonrisas que jamás serán esbozadas.
Faltó la melodiosa voz de aquel invierno lluvioso y frío contando dulces mentiras.
Faltó la alegría del encuentro tras un caluroso verano y faltó la bufanda que te tapaba el cuello en otoño.
Necesito mantas, demasiadas para que el frío de tu recuerdo no cale en mis huesos.
Este olvido cansado se ha escondido debajo de mi cama, creo que quizás quiera decirme algo. Quizás quiera susurrarme palabras bonitas mientras se encoge y balbucea confundido como un niño.
A veces, cuando este odioso Enero se acomoda en el calendario, siento que te has ido para siempre, como se fue el 2011, como se fue tanta gente.
Creo que la falta de cartas escritas a mano y la falta de nostalgia por tu parte ha hecho que los meses caminen lentos y pesados sobre las líneas de un cuaderno de versos sin acabar.
El agua que recorre mi cuerpo mientras cruzo las calles inundadas en gotas de lluvia tiembla por tu ausencia.
También lo hacen mis siempre frías manos cada vez que se acuerdan del contacto con tu piel. Y mi sonrisa, siempre tímida, siempre temerosa.
En mi cabeza las imágenes se difuminan y se empañan. Casi no recuerdo tu pose al fumar, ni tu boca al bostezar. Casi no recuerdo tu guitarra negra apoyada sobre tu regazo.
¡Cómo duele ese casi!
Las palabras incapaces de ser dichas se acumulan en mi garganta produciéndome una extraña sensación de incomodidad.
También tus ojos color chocolate y tu pelo del color de las plumas del más bello cuervo.
Y tus fotografías, casi se me olvidan, las que están emborronadas por lágrimas de tiempos pasados.
Aquellos días de susurro y tristeza compartida. 


Ojalá volvieran los bonitos días de aquel Abril sonriente y danzante. La esperanza que tenía.




No miento si digo que estás muerto.

lunes, 23 de enero de 2012

Cecilia

A Cecilia le encantaba el sonido del viento y las sonrisas torcidas. A Cecilia le enamoraba el sonido del mar y ver la arena deslizarse entre sus dedos.
A Cecilia, en cambio, no le gustaba el olor a hierba recién cortada ni el sabor del melón. Tampoco le gustaba escribir a ordenador ni el calor asfixiante de Agosto.
Cecilia era sencilla y pequeñita, como una peca en el cuerpo de un gran boxeador, esos a los que temía.
Sus ojos castaños se asemejaban al color de la guarida de las ardillas en otoño y su pelo color miel siempre caía sobre sus hombros revoltoso y encrespado.
A Cecilia le encantaba ser cómo era. Era menuda y torpe al andar, sus movimientos carecían de coordinación alguna pero siempre iban acompañados de una sonrisa tímida y pequeñita, como su dulce carita blanca.
En invierno Cecilia solía ser más excéntrica de lo habitual, le gustaba salir de noche a la calle y aspirar el profundo y frío aroma nocturno.
Le gustaba leer las revistas de detrás hacia delante y cantar en la ducha canciones improvisadas.
También le gustaba sentarse a estudiar con la espalda apoyada en la calefacción de su habitación mientras escuchaba alguna canción atemporal.
Para ella, el invierno era una estación en la que se permitía hacer todas las locuras posibles, como tomar chocolate y mancharse la nariz a propósito o hacer en su cama una tienda de campaña con ayuda de sus sábanas.
Para Cecilia en invierno no había límites. Le gustaba caminar hacia la zona alta de la ciudad y sacar fotografías a las ramas de los árboles desnudos, sentarse en un banco y ponerle nombre a las hojas caídas y olvidadas por el ya finalizado otoño.
Cecilia, sin embargo, se sentía muy sola.
Nadie había querido sentir hacia sus ojos castaños sentimiento alguno, no había recibido ninguna carta de amor y sus labios permanecían sellados sin haber descubierto los besos.
Nadie se había interesado por sus excéntricos actos, ni por la belleza de las palabras que escribía al caer la noche.
Cecilia, aún así, sonreía con esas sonrisas que llenan los ojos de lágrimas y caminaba grácil por las calles de la ciudad, como una muñequita danzante.
Cuando Enero ya finalizaba y caía en picado como las gotas de lluvia, Cecilia caminó hacia la playa.
Cuando hubo llegado se descalzó, era un ritual a seguir.
Para Cecilia el frío no era inconveniente alguno, es más, la sensación de frío en los pies le provocaba una emoción propia de una niña de seis años.
Con la lluvia mojando su cuerpo y sus ropas, con las gotas de lluvia colgando de sus cabellos, Cecilia empezó a correr por la playa.
Levantaba la arena dormida desde aquel día de Septiembre y bailaba al son de la melodía marina.
Cecilia era feliz como cualquiera de sus queridas gaviotas, como cualquier joven de su edad.
Entre bailes, risas y dulce torpeza, Cecilia se acercó al mar. Dejó que las olas bañaran los dedos de sus pies y sintió ese cosquilleo que le trajo recuerdos de aquel verano con su familia y de aquel bañador rosa y blanco.
Caminó mar adentro hasta que el agua le llegaba a las rodillas, su pantalón se pegaba a sus flacuchas piernas y el frío le hacía temblar.
Le gustaba, le encantaba.
Cecilia siguió andando, podía seguir así toda la vida. Su cuerpo ya estaba completamente empapado gracias a la lluvia incesante y a las olas sublevadas por acción del viento invernal.
En ese momento, Cecilia se paró a pensar en su vida.
Otra de las características de la dulce Cecilia es que pensaba en los momentos menos apropiados.
Pensó en todo lo que los demás tenían y ella no, la pequeña Cecilia siempre se había sentido extraña e inadaptada, como una flor creciendo en cualquier calle de Madrid, como un copo de nieve en Julio.
Cecilia era realmente especial, pero ella no lo sabía. Simplemente era un bicho raro, alguien a quien la gente evitaba continuamente. Le gustaba cómo era, pero no gustaba a los demás.
La dulce y tímida Cecilia no sabía el valor de su vida. De hecho, quiso adentrarse aún más en el mar y dejarse llevar por las olas a donde éstas la llevaran. Dejarse balancear mar adentro olvidando todo.
Quiso rendirse.
Una ola enorme la atrapó de repente. El oleje era cada vez mayor y Cecilia se había adentrado demasiado en la mar. El pánico entonces se apoderó de ella, de la dulce Cecilia que hace unos segundos quiso naufragar con su vida.
Quiso retroceder, entonces, volver a la orilla donde descansaban sus deportivas y volver a tomar otro chocolate caliente ensuciándose la nariz. Quiso recuperar lo que en dos segundos había odiado y rechazado.
Nadó en un intento de regresar, quiso realmente volver atrás.

Lo que no sabía la pequeña Cecilia es que a veces arrepentirse no es la solución.



Dulce Cecilia...

domingo, 22 de enero de 2012

Cartas jamás enviadas. (XIV)

                                                              Una noche de sábado buscando calor.
Amado desconocido:
Hace tiempo que me duermo en tu recuerdo, apoyando la cabeza sobre tus palabras.
Me duele tu pasado y me duele mi presente. Anochezco entre lágrimas y amanezco entre suspiros.
No creía en ti, no creí en mí. Tampoco fue necesario del todo, más bien fueron las ganas de querer lo que hundió esto.
Más bien fue una locura cansada de sentir.
El nuevo año ha entrado tranquilo y sonriente pero sin ti nada será lo que era, ni siquiera sé si quiero que vuelvas.
Ni siquiera sé quién eres ahora.
Sí sé que ahora necesito un abrazo de esos que sirven como calefacción en las noches del horrible Enero. Uno de esos achuchones que te dejan sin respiración.
No te lo pido a ti, querido desconocido, pero en noches como las de hoy tu recuerdo me aprieta fuerte en la garganta y siento el frío nacer en mis pies.
Intento guardar la esperanza, como lo hizo la Orquesta del Titanic y seguir con esta canción aunque me mate.
Aunque este amor ya haya naufragado.
Mis palabras rozan lo repetitivo y carente de originalidad, pero qué escribir cuando ya te has ido y no volverás.
No me atrevo a dar esto por imposible ni por finalizado. No me atrevo, lo siento en el corazón.
Te imagino caminado por la playa mientras la lluvia moja tu pelo y tus ropas. Te imagino corriendo por la arena con el pelo pegado a la cara y tu abrigo empapado. Te imagino riendo mientras corres y huyes de la tristeza de este invierno que quiere atraparte, como hizo conmigo.
Eres hermoso y casi perfecto, pero tan imposible como alcanzar Júpiter de un salto.
¿Sería maravilloso, verdad?
Te imagino riendo bajo las nubes negras, bebiendo un zumo a las siete de la mañana bajo el frío matutino de esta ciudad que vela tu sueño.
Te imagino como un niño sonriendo siempre, aunque todo sea malo y negro.
Realmente eres hermoso.

Dedicándote las más bellas canciones,
La chica de ojos verdes.


P.D: Mira, mira ahora a través de la ventana. ¿Ves esa estrella dorada que parpadea? Brilla porque existes, porque exististe.

jueves, 19 de enero de 2012

Cada invierno.

No me digas que tienes miedo. No empieces a balbucear y a llorar. Otra vez no, por favor.
Tus lágrimas cálidas y plateadas no quieren huir de esta manera de tus ojos ya enrojecidos.
No tiembles con el frío, no te encojas y cierres los ojos. No lo hagas de nuevo.
Sé nieve y cae calmada y serena sobre sus cabezas. Sé luz y ciégales.
Sé vida y no llores, no otra vez.
¿Cómo seré yo dichosa si por tus mejillas ruedan penas y agonías?
¿Cómo sonreiré yo viéndote llorar y gritar de esa manera tan hiriente?
Yo quisiera hacerte ver todo lo que brilla sobre nuestros cuerpos, yo quisiera que vieras la belleza de este invierno empedernido.
Mira a tu alrededor y contempla la suave desnudez de los árboles curvados y envejecidos con el transcurso de las estaciones incesantes.
Mira, contempla la dulce precipitación de agua sobre nuestros cabellos, observa como se posan las gotas en tus pestañas de seda rogándote tranquilidad y comprensión.
Quisiera yo, tu otra parte olvidada, que observaras cuán bella es la vida en estos días que corren.
El invierno te acaricia en la mejilla, te besa en los labios y te cierra los párpados para que descanses y olvides aquello que no te deja, que no te permite ser hoy como ayer eras.
¡Quisiera yo que me escucharas! ¡Permíteme ser yo la que hable hoy, cuando el frío quema en la nariz!
No olvides, rosa de olor imposible, que yo no quiero verte llorar.
No olvides, jamás lo hagas, que en este invierno helado es mi corazón quién te mantiene con vida.
Si por algún desgraciado casual olvidaras mi esfuerzo y mis palabras de consuelo, si por algún casual yo me desmayara en la tumba profunda de las palabras que no quieren ser recordadas, si por algún casual ocurre lo inesperado, recuerda mi sonrisa.
Recuerda mis fresas, las que quise regalarte, las que adornan en tus mejillas cuando me miras.
Recuerda que en cada invierno estaré yo, observándote, cuidándote a través del viento frío y de las lluvias.
Allí estaré yo, cada invierno, como hoy estoy.


¿Ves que bello es el invierno?

martes, 17 de enero de 2012

Untitled.

No creo que haya sido el verso definitivo de la poesía sin finalizar. Más bien ha sido la voz cansada que sigue cantando canciones que no se rinden, luchan y siguen. Siguen, aún, ahora.
Aquella guitarra no era la mejor, pero era la suya. Y su voz cansada, la que aún duerme a mi lado, se ha perdido en el fondo más que profundo de un verano olvidado, con todo lo que ello conlleva.
El echar de menos es una acción que se adhiere a cada poro de mi piel en un desesperado intento de no caer en el olvido.
Me gustan los acordes a destiempo en las canciones enérgicas y fuertes. Me gusta cómo suena su voz encima de toda melodía.
He aprendido ciertas cosas sobre los sentimientos. He aprendido que cuando llueve en el corazón ningún paraguas es capaz de apaciguar la tormenta. 
Que cuánto más avanzas más te alejas de quién eras. 
He aprendido que no puedes creer en un guitarrista con ojos de chocolate, aunque te lo prometa. Aunque le quieras.
También sé que las señoras del supermercado se sienten solas y que si matas a una hormiga, sus compañeras sufren.
Sé que no es bueno pisar charcos, es preferible nadar en ellos.
A la gente le gusta sonreír para hacernos ver que están bien, pero por dentro se mueren de pena.
Y así, tantas cosas más como deseos sin cumplir en el mundo. Como canciones sin escuchar y libros sin leer.


También sé que aunque no quiera, le echo de menos. Pero esa es otra historia todavía sin final.

sábado, 14 de enero de 2012

Sad and tired.

No puedo evitar mirarme en el espejo y verme demasiado frágil, demasiado menuda y demasiado pequeña.
No puedo evitar pensar que mis ojeras son demasiado oscuras, que mi tez pálida no me favorece como pensaba.
Mis ojos aguados llevan enrojecidos desde que este incesante dolor se ha instalado en la mi cabeza. Una simple gripe, nada de lo que preocuparse.
Mis manos blancas siempre tienen frío y mi pelo liso se ha enredado formando una maraña de pelo que hace tiempo dejó de ser rubio.
Mi cama lleva deshecha desde el último jueves, las sábanas huelen a limpio, a un limpio enfermo.
El aire frío se cuela por mi ventana en un vano intento de llevarse la tristeza pegada a las sábanas y a las páginas de los libros abiertos.
Las canciones que intentan animar el día se han rendido dando paso a las más bellas y grises melodías.
Nunca me gustó Enero. Enero es un mes horrible, es el mes de los cambios, de los eternos propósitos para una vida mejor que jamás se cumplen.
No me gusta Enero porque da fin a Diciembre. No me gusta Enero porque mi mes favorito, Febrero, tiene que esperar demasiado.
Pero sobre todo no me gusta Enero porque siempre trae recuerdos que no quiero recordar. Trae sonrisas que ya no se pueden esbozar. Trae a tantas personas que ya no están que me hace echar de menos incluso lo más absurdo. 
El chocolate caliente, las mantas de mi abuela, las cafeterías llenas y cálidas, las bufandas de colores.
No me gusta Enero porque siempre trae consigo este vacío imposible de llenar en mi estómago.  
Es en este mes cuando me siento más inofensiva y cansada. La gente sonríe a menudo, se felicitan el año y prometen cambiar para mejor. Me hacen sentir demasiado diferente.
Me gusta Febrero, en cambio, porque es entonces cuando la hipocresía de ellos reluce y vuelven a comprar tabaco, a comer dulces o abandonan el gimnasio al que se habían apuntado hace poco menos de un mes.
Me gusta Febrero porque muestra a cada uno cómo es y a mí me hace cumplir un año más, recordándome que para mí, la vida empieza de nuevo en Febrero. Enero es sólo un mes de llanto y limpieza, un mes de transición melancólica.
Espero que acabe pronto.



Este Enero es demasiado cálido para mi gusto, estas lágrimas son demasiado fáciles de derramar.

miércoles, 11 de enero de 2012

Bella tristeza.

Como estos días que corren veloces entre nuestras miradas y se escurren cayendo por nuestros cabellos chocando, siempre chocando contra el suelo humedecido por las lágrimas azucaradas y calientes.
Los días grises adormecidos en nuestros ojos reclamando la felicidad incapaz de saltar y reír.
El sueño que nos entra después de llorar y llorar desconsoladamente sin saber el motivo. Las ganas de abrazar a quién tenemos lejos, tanto que duele.
La bella melancolía que se esconde bajo tus pestañas y canta canciones dulces y bellas, agónicas e incapaces.
La impotencia de no ser querido, de no sentirte querido. 
El enfado con uno mismo tras enfadarse y llorar sin motivo. Las patadas contenidas a la pared, las ganas de romper las páginas del libro más bello y triste que jamás hayas leído.
El miedo que conlleva el arrepentimiento.
Suele ser común, suele ser habitual que la gente olvide la belleza de estas situaciones. Como si el color gris no fuera bonito, como si el azul borroso no fuera bello.
La claridad y lo espeso de la tristeza y la incomprensión, los sentimientos renacientes en un corazón frágil y dolido.
La tristeza también es bella, tanto como los ojos que ahora recuerdas. Tanto como su sonrisa, enterrada en tu pasado, echándote de menos.



Los ojos de un vago color azul de Kurt Cobain hablan solos. Estoy segura de que si los miras fijamente verás algo más que dos simples ojos, algo más que una mirada.
Verás tristeza y a la muerte riendo.

viernes, 6 de enero de 2012

Hotel California.

El viento incesante, la caída de la juventud en un alarde de alocado inconformismo son las señales de la última huida, de la última oportunidad para alcanzar un lugar mejor.
La carretera serpentea bajo sus pies. La oscuridad se cierra más, aún más en sus ojos.
Puede respirar, oler el profundo aroma de la noche. Y es que la noche tiene un aroma característico, la frialdad del aire y la dulzura del viento nocturno en su cara, acariciando y rogando una libertad gritada.
Sus piernas avanzan hacia ningún sitio en concreto. De vez en cuando, se oye el rugido de algún coche que rompe la oscuridad con sus luces y el silencio con el rugido de su motor sediento de velocidad.
Su rostro se torna cansado y arrugado a cada paso que da. Sus facciones se curten con cada ráfaga de viento, con cada ondulación en su camisa a cuadros.
La tierra prometida se hace de rogar.
Pero aún así camina, camina esperando poder ver una luz, una señal que le haga sentir que su huida no es en vano. Su lucha, la miel derretida en sus labios por las ganas de llegar, la victoria ansiada no puede ser fruto de un sueño.
La valentía de la que muchos alardean, las ganas de ser libres que causan en muchos frustraciones, el encarcelamiento de los corazones dormidos de los otros y las ganas de éstos de triunfar se arropan en su mirada fija en  la carretera que le queda por recorrer.
Creció entre sensaciones de fracaso y canciones que hablaban de autopistas oscuras y reconfortantes. Creció entre libros con finales felices y palabras de odio. Creció al lado de una guitarra ahogada entre los gritos de los vecinos por estúpidas discusiones económicas.
Y quería huir. Y quería correr. Y quería soñar, que nadie le detuviera. Quería el mundo a sus pies, las más bellas canciones deberían salir de su guitarra, las más bellas palabras las escribiría a la luz de la luna.
Quería vivir, quería ser un vagabundo que dependiera de su guitarra y su cuaderno de notas. Quería ser feliz.
Siguió caminando, entonces, siguió dejando que el aire nocturno entrara por su nariz y reconfortara a su corazón cansado.
Siguió luchando, porque no podía hacer otra cosa.


Queridos inconformistas, suicidas, vagabundos en busca de la felicidad. Queridos soñadores, poetas, músicos, escritores. Queridos locos maltratados por la sociedad, no dejéis de luchar.
Yo no lo haré.


P.D: A todos vosotros, os la dedico: Hotel California - The Eagles

miércoles, 4 de enero de 2012

Oh, my sweet love!

Ser dulce como las virutas de chocolate que se escapan de tu mirada. Ser viento y volar con las hojas perdidas, que se olvidaron de caer en otoño. Quisiera poder ascender, navegar por el cielo cubierto de nubes blanquecinas y esponjosas.
Jamás he deseado que ese chocolate tan azucarado se derritiera en tu boca, pero el calor asfixiante ha hecho de las suyas de nuevo.
Ni siquiera la belleza de las palabras que me dedicaste en la distancia sobreviven cuando este silencio mata.
Ni siquiera en los meses más fríos del año puedo llegar a ver tus lágrimas hechas hielo.
El viento incesante golpea contra la ventana de mi mirada que suavemente se convierte en agua, que lentamente sonríe hecha lágrimas.
Pudiera, quizás, si tu dulzura impecable rompiera este silencio dedicarte mis palabras. Susurrar que aún así, aún a pesar del dolor, de las notas del piano viejo que descansa en la esquina llena de polvo, aún a pesar de que no seas para mí. A pesar de que estas palabras no sean leídas por tus ojos cansados.
A pesar de esto y de todo, anhelo acariciar tu mejilla. Sonreír al verte reír.
Pudiera, quizás, decirte que eres importante para mí.
Tanto como la intensidad del color de tus verdes ojos, tanto como la fuerza de la lluvia en esta noche de Enero.
El piano ha enloquecido en la oscuridad de esta tristeza tan desconcertante y las lágrimas tímidas han aparecido. Trajeron consigo las ganas de sentirte cerca y el miedo a tu rechazo.
Las fresas que formaban tu boca en las mañanas de verano han resistido a la caricia del invierno.
Ojalá yo también pudiera.
Pero ya se sabe, cuando la tristeza aprieta y tus ojos sorprendidos asoman, ni siquiera las fresas, ni siquiera tu chocolate, el que se derrite en tus labios descendiendo desde tu mirada, ni siquiera la caricia fría son capaces de diluir esta sensación de añoranza e ilusión.
Quizás sea yo, pero Enero es más frío sin tu película favorita, sin olor a palomitas.


Me enamoro tan fácilmente...

lunes, 2 de enero de 2012

Vuelve a ser Enero, vuelve a llover.

Vuelvo a escribir lo mismo que hace un año. Enero es frío y a la vez cálido. Los recuerdos de lluvia pasada y nieves tardías me recuerdan la belleza de la soledad mal recibida.
En Enero se producen cambios, tantos como lunares hay en tu espalda. Y no es que yo sepa mucho de ti, pero el amor da dones tan incomprensibles como inútiles.
Yo, aún así, sigo queriendo huir. Huir lejos con una guitarra que debe aprender a hablar y un cuaderno de notas viejo. Es lo que quiero y Enero es un buen mes. Un buen mes para vivir, para sentir que hay alguien que me quiere, aunque sea mentira.
Seguramente tú querrás segur siendo el chico que toca una guitarra negra y vuelve locas a las nenas. Sí, a esas que fumaban delante de ti y sonreían con descaro.
Ya sabes que yo siempre fui distinta.
Atrás quedaron los poemas de bella tristeza mezclada con absurda incomprensión. Atrás, al igual que tu mirada achocolatada.
Y es que ya lo decían los Smiths, hay una luz que nunca se apaga, ni siquiera en Enero.


There is a light that never goes out.

domingo, 1 de enero de 2012

¡Los distintos debemos apoyarnos!

¡Primer día del año 2012!

Hoy daré las gracias. Daré las gracias al blog Confesiones de un distinto por concederme la entrega de su Premio Adiós 2011 en la categoría de mejor blog distinto del año: Confesiones de un distinto: Premios Adiós 2011
Desde aquí os invito a que visitéis su blog, realmente merece la pena.
También volveré a dar las gracias a mis seguidores, pero a los que de verdad estáis ahí día a día, entrada a entrada. Gracias de corazón, sin vosotros nada sería lo mismo.

Gracias y de nuevo os deseo un: 
¡Feliz 2012!